(Cuento incluido en "Draco y otras historias para niños")
Hoy es domingo. Guacimara y Jonay están en Las Cañadas del Teide con sus padres Luisa y Andrés. Han almorzado ensalada de millo y tortilla, y de postre frangollo que llevaron en una neverita.
Hay mucha gente, la mayoría turistas que han venido en varias guaguas.
Una pareja de extranjeros se acerca a curiosear. Allí cerca está uno de los roques más extraños, y los dos turistas deciden hacerse una foto; por eso se dirigen a Andrés y le preguntan en un español chapurreado:
– ¡Perdón, señor! ¿poder tú hacer foto a nosotros, por favor?
– ¡Hombre, mister! ¡No hay problema, claro que sí puedo! –respondió Andrés.
Mientras su marido enfoca con la cámara a los extranjeros, Luisa lee una revista. Guacimara pregunta a su hermano:
– Jonay, ¿qué te parece si buscamos lagartos?
– ¡Guaci, buena idea!
– ¡Niños, mucho cuidado! –dice la madre– ¡No se alejen, y no les hagan daño a los animalitos!
– ¡Sí, mami! – responden los dos a coro.
Pronto, ya han perdido de vista a sus padres. Guaci y Jonay han seguido los pasos de un tizón, que por fin se ha escondido entre las rocas. Luego Jonay ha visto una cola verde bastante grande.
– ¡Por allí, Guaci!
– Oye, Jonay, ¿no nos estaremos alejando mucho? ¡No veo a nadie!
– ¡Bah, no te preocupes! Están al otro lado de esas rocas...
– ¿Seguro...?
– ¡Claro que sí! ¡Míralo, allí está de nuevo!
Esta vez los dos han visto la cola de lo que debe ser un lagarto enorme. Está algo lejos, escondido entre el malpaís.
Los dos niños se acercan en silencio. Es muy difícil caminar entre las rocas ásperas. El lagarto no los ha visto, y se está quieto. No le ven más que la cola, hasta que llegan lo bastante cerca, y pueden verlo por completo.
¡No es un lagarto! ¡Es demasiado grande! ¡Tiene el tamaño de una persona! Se sostiene sobre las patas traseras, y las delanteras son como manos de tres dedos. La cabeza es enorme y tiene unos ojos grandes como pelotas de ping-pong. La cola es verde, y el resto del cuerpo es rojo, salvo la cabeza que también es verde.
Los niños echan a correr asustados.
– ¡Ahh, es un dinosaurio!
– ¡Corre Guaci!
Pero entre las rocas del malpaís no es posible correr. Jonay tropieza, se cae y su hermana cae sobre él.
El extraño ser, que les ha oído, se les acerca. Entonces pueden ver que no está solo: hay otros cuatro seres, todos ellos parecidos.
– ¡No nos coman! –grita Jonay
– ¡Trrranqüiloz, no lez harrremoz nada! –dice el primero de los seres, con una voz y acento realmente aterradores.
Han recogido a los niños, y se los llevan a una especie de nave espacial.
Aunque está muy asustado, Jonay no se pierde detalle. Están en una habitación llena de aparatos y luces; uno de los aparatos parece un ordenador, pero sin teclado; otro podría ser el tablero de mandos de un coche, pero sin volante; también hay unas camas, que más parecen ataúdes de cristal; y hay otras cosas que no acierta a reconocer.
Han colocado a Guaci y a Jonay en dos de las extrañas camas-ataúdes, y les han curado los arañazos.
– ¡Trrranqüilo, zólo woy a currrarrrte! –le dice a Jonay uno de los seres, con una voz que recuerda a una chica, pero tan aterradora como la que oyera primero.
Guaci ya está más tranquila, y se ha asomado a una de las enormes ventanas redondas.
– ¡Jonay, estamos volando!
– ¿Qué dices?
– ¡Quitou, shico! –exclama la chica-lagarto– ¡Déjame currrarrrte!
Jonay espera un poco, y por fin se puede asomar. Desde la ventana puede verse la isla entera. Están muy altos, por encima del Teide. Hacia la derecha se ve La Gomera, y más allá, El Hierro y La Palma.
En ese mismo momento, en Las Cañadas, Luisa y Andrés están llamando a gritos a sus hijos.
– ¡Jonayyyyy! ¡Guacimaaaaaara!
– Nadie los ha visto, Luisa, no hay rastro.
– ¿Pero dónde se han metido estos niños? ¡Mira que les dije que no se alejaran!
– Tenemos que irnos. Ya es casi de noche. Seguro que alguien los recogió y los llevará a casa.
– ¿Tú crees eso, Andrés?
– Prefiero creerme eso a otra cosa peor...
Y en la nave espacial, desde donde ya se divisa todo el Atlántico, Guacimara y Jonay conversan con los extraños seres.
– ¡Ustedes deben de ser dinosaurios de otro planeta!
– ¡Errrez una ñiña muy lizta! Tienez rrrazón, zomoz parrrezidoz a loz dinozaurrrioz que wiwierrrron en tu planeta haze miyonez de añoz.
– ¿De dónde vienen? –pregunta Jonay –Yo conozco algunas estrellas, en mi casa tengo un programa de ordenador con las estrellas del cielo.
– ¿Conozez la eztrrrreya yamada Prrrrozióm?
– ¡Ah, sí, Procyon! Es la estrella más brillante del Can Menor. Está a unos 10 años luz.
Los dinosaurios del espacio se miran entre sí. Uno de ellos, la chica que había curado a los niños, se acerca a uno de los aparatos. Es el que Jonay pensó que podía ser un ordenador, y al parecer tiene razón, pues la chica-dinosaurio habla ante el aparato, y aparecen unas cosas en la pantalla. No se entiende nada de lo que dijo la chica, pero ciertamente parecía simple música; no tenía nada de terrorífico.
La chica ha regresado, y dice:
– Tiene rrrrazón el shico. ¡Errrres tamwién un shico muy lizzzto!
– ¿Qué van a hacer con nosotros? ¿Nos llevarán a Procyon?
– ¡Zólo zi uztedez quierrrren!
Jonay y Guaci se han mirado mutuamente. Por un momento les ha seducido la idea. Pero es Guaci quien rompe el embrujo:
– ¡Mamá estará muy preocupada!
– ¡Sí, es verdad, llévennos a casa! Yo les explico dónde es.
– ¡De acuerrrrdo!
Son las doce de la noche, y ni Luisa ni Andrés han podido dormir. Han hecho más de mil llamadas, a todos los amigos, a la Policía, a la Guardia Civil, a los hospitales, incluso a los cementerios. Pero nadie sabe nada de los niños.
Cuando no han estado hablando por teléfono, Luisa ha estado llorando. Tiene los ojos rojos, y parece que ya no le quedan más lágrimas.
Suena el timbre.
Corren a la puerta.
¡Son los niños!
¡Y están bien! Algo sucios, y con arañazos, pero bien...
– ¿Pero dónde han estado? ¿Qué forma de...?
– ¡Ahora no, Andrés! ¡Déjalos tranquilos!
– ¡Mami fuimos a buscar lagartos, y hallamos unos enormes, que eran dinosaurios!
– ¡Y tenían una nave espacial! ¡Venían de Procyon!
– ¡Nos asustamos, y echamos a correr, pero nos caímos!
– ¡Y ellos nos recogieron, y luego nos curaron!
– ¡Luego fuimos volando, y nos preguntaron si queríamos ir a su planeta!
– ¡Pero, como dijimos que no, nos trajeron a casa!
– ¡Niños! ¿Qué fantasías son esas? ¿Dinosaurios? ¿Naves espaciales?
– ¡Jesús, cuánta imaginación!
Así pues, Guacimara y Jonay no pueden contar su aventura. Antes de dormir, deciden inventarse algo que sus padres se crean.
– Jonay, ¿qué te parece si decimos que un coche con unos alemanes nos recogió, y nos llevó al Puerto La Cruz?
– No me gusta eso de decir mentiras a papá y mamá.
– A mí tampoco, ¡pero es que no nos queda otro remedio! Les hemos contado la verdad y no se lo creen.
– De acuerdo. Eso de los alemanes creo yo que es una buena idea, Guaci. Y diremos que para poderles explicar dónde vivíamos tuvieron que buscar un traductor.
– ¡Vale, yo crrrrrreo que ezo zí lo van a crrrrrrreerrrrrr!
– ¡Ja, ja! ¡Hablaz como un dinozaurrrrio de Prrrrozyon!
– ¡Ja, ja, ja! ¡Tú también!
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