28 julio 2014

LA SOLUCIÓN DEFINITIVA

La nave espacial Shalaom se detuvo en órbita alrededor de la Tierra. El planeta estaba irreconocible, pues no en vano habían pasado 35 millones de años desde que lo abandonaron rumbo a la galaxia de Andrómeda.
Sus tripulantes procedían casi todos de una pequeña zona del planeta, la coste este del Mediterráneo, muy cerca de Egipto y de Arabia, con Siria y la antigua Fenicia como límites al este y norte. Una tierra regada con sangre desde hacía miles de años.
Un grupo de habitantes de esa tierra, llamada por unos Palestina y por otros Israel, había decidido huir hacia delante. Huir en el tiempo. Lanzarse a un viaje muy largo, de millones de años luz, a velocidades relativistas. Dejar que pasara el tiempo a ver si al regreso se habrían solucionado los problemas.
En espera de que alguien hallara la solución definitiva al eterno conflicto.
Dieron el nombre de la paz en las respectivas lenguas, shalam y shalom. Y se comprometieron a no practicar culto alguno en la nave: precisamente los cultos religiosos habían sido una de las causas de tanto derramamiento de sangre.
La nave Shalaom partió hacia la vecina galaxia de Andrómeda, M-31 a una velocidad muy cercana a la de la luz. Tan cercana que el tiempo se ralentizó para sus ocupantes. Mientras para ellos apenas transcurrían unos años, en la Tierra pasaron millones.
Vieron cosas increíbles. Aunque no podían verlas con detalle, por su enorme velocidad (no podían frenar pues eso habría significa muchos años de demora, entre recortar la velocidad y luego recuperarla).
Lo más increíble, unas estructuras entre las estrellas, cerca del núcleo. Una especie de trama visible de cientos de años luz, y por supuesto de origen artificial. No sabían ni lo que era ni para qué podría servir.
Pero lo raro es que algo así tendría que verse desde la Tierra, con los telescopios más potentes. ¿Por qué no se había visto antes de partir la nave?
Sencillamente, porque debían pasar dos millones y medio de años para que aquellas imágenes llegaran hasta la Tierra.
Y aún había miles de otras maravillas que habían podido contemplar.
Todo eso quedaba atrás.
Los tripulantes de la nave observaron con atención la que fuera su antigua tierra.
¡Ya no existía!
Los continentes de Asia, África y Europa se habían fundido. El mar Mediterráneo era un pequeño lago, que desaguaba a través del que fuera el río Nilo. La antigua costa de Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto se había fusionado con las de España, Italia, Francia, Grecia y Yugoslavia, formando una cordillera cuyos picos superaban los diez mil metros. Turquía había absorbido el mar Negro. Quedaba un pequeño mar interior, más un gran lago que otra cosa, en la costa del Líbano y sur de Anatolia.
El Nilo había cambiado de sentido y ahora corría hacia el sur. El mar Rojo ahora era parte de un gran océano, y Arabia se había unido por el norte con el continente asiático, mientras un trozo del este africano se había convertido en un continente isla. En ese mar desaguaba ahora del neo-Nilo.
Palestina o Israel se habían convertido en enormes montañas que rodeaban un mar curiosamente redondo.
Aquella forma redonda del lago, que alimentaba el neo-Nilo, daba que pensar. Se envió una expedición a explorar la zona.
Ni qué decir tiene que no había señales humanas. Todo resto humano, en todo el planeta, había desaparecido hacía millones de años. De hecho, no había forma de saber qué había sucedido con la especie humana.
El mamífero más desarrollado parecía ser un descendiente de las ratas. Estaban por todos lados, y muchas de ellas eran bípedas y cazadoras en manada. Tenían más de un metro de alto y parecían ser inteligentes. Un expedicionario aseguraba haber visto armas de piedra, pero no pudo confirmarse.
En la antigua Tierra Prometida, las paredes vitrificadas, la contaminación radiactiva (pese a los millones de años transcurridos) hablaron con toda claridad: allí se había aplicado la solución definitiva al problema palestino e israelí.

Una enorme bomba nuclear había barrido miles de kilómetros alrededor.

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