12 agosto 2014

Desfilando

El cielo estaba algo nublado, pero eso en modo alguno desluciría el acto.
Toda la avenida aparecía engalanada con banderas. Un público formado por miles de personas aguardaba en  ambas aceras; los más afortunados – o influyentes – en las tribunas; muchos incluso estropeando los jardines del parque. En el palco de honor se hallaban todas las autoridades, el Jefe de Estado, el Primer Ministro, el Ministro de Guerra, de Asuntos Periféricos, todo el Gabinete en suma. Asimismo, el Estado Mayor del Ejército, con el Gran General al mando. También había invitados extranjeros, como el Rey Ludovico III, el Presidente Thompson, Semirovick, Difelson, Wa Nen Po, y muchos otros.

El clamor del público anunció el inicio del desfile. Las primeras unidades avanzaron por la avenida, aplaudidas por la gente. El cielo rugió al paso atronador de una escuadrilla de caza-bombarderos.
Primero los carros de combate, detrás los camiones y remolques con imponentes misiles.
Y, a continuación de los vehículos, desfiló la tropa.

Todo el mundo se puso en pie, aplaudiendo.
Los soldados marchaban a un solo paso, batiendo el asfalto con su rítmica pisada, atronando el aire cuando alzaban el brazo. Las tribunas temblaron bajo la tremenda vibración, como un terremoto.
También el Jefe de Estado se levantó de su asiento; impresionado, se volvió hacia el Gran General y le felicitó dándole la mano efusivamente.
– ¡Es extraordinario! – dijo 
Los ministros, al igual que los ilustres visitantes, estaban todos atónitos con lo que tenían ocasión de ver.

La formación era geométricamente perfecta, los movimientos acompasados al máximo. Cinco mil soldados, distribuidos en compañías y batallones, formaban un dibujo regular imposible de obtener dentro de la Naturaleza.
Según pasaban frente al palco de honor, todos los soldados volvían el rostro hacia el Gran General. El Jefe de Estado observó este detalle, y lo comentó con el militar.
Mientras le hablaba, se abrió un claro entre las nubes y salió, brillando, el Sol.

Todos los rostros metálicos refulgieron al volverse hacia delante. Nuevos rostros, también metálicos, fijaron la vista en el Gran General.

Las nubes ocultaron nuevamente el Sol, y los rostros de los robots dejaron de brillar.
Los robots siguieron desfilando ante el clamor y el delirio del público en la avenida.

De pronto, se oscureció el cielo por completo. Aparecieron nubes negras y amenazantes.
Un relámpago cegador iluminó las tribunas y segundos más tarde se oyó el trueno, apagando totalmente el ruido de los robots.
El Gran General estaba pálido de terror. ¡Habían asegurado que habría buen tiempo! 
El Jefe de Estado, siempre pendiente de las reacciones del militar, se disponía a preguntarle el motivo de su palidez, pero no fue necesario.
Cayó la tan temida lluvia, y los robots mojados fueron estallando uno a uno en luces multicolores.
La avenida se llenó de fuegos artificiales.


Nota: este texto fue escrito con la colaboración de Fidel Urcelay Martín, y apareció en el nº 2 del fanzine Black-Hole. Luego, formó parte de mi colección de relatos Naufragios, editada por Ediciones Idea

No hay comentarios: