Julián camina por la acera. Llega al
paso de peatones con la intención de cruzar la calle.
Pero se lo impide un coche negro,
grande, de los que llaman «de alta gama», que bloquea por completo el paso.
Julián piensa que debería pasar volando.
Es evidente lo que ha de hacer. Allí
cerca hay una oficina bancaria con su cajero automático. Julián entra en el
cuartito del cajero, cierra la puerta y con toda rapidez se desviste. Aparece otra
ropa: un mono azul, con capa roja y unos gayumbos por fuera, también rojos.
Así vestido, Julián sale del cajero
y se acerca al paso de peatones. Con su superfuerza, rompe el coche en dos
mitades y así deja expedito el paso.
De pronto, de la oficina bancaria
sale un hombre corriendo y dando gritos:
—¡Desgraciado! ¿Qué ha hecho a mi
coche?
—Apartarlo para dejar paso a los
peatones.
—¿Y quién coño es usted para eso?
—¿No es evidente? ¡Soy Superpeatón,
el Defensor de los peatones!
—Pues le voy a denunciar, por muy
superhéroe que sea. ¡Esto no se hace!
El dueño del coche llama a la
policía, mientras cientos de curiosos se agolpan alrededor. Minutos más tarde,
una patrulla de municipales aparece en el lugar. Escuchan las declaraciones de
cada uno y, por fin, uno de los agentes saca unas esposas de kriptonita. Se lleva
detenido a Superpeatón.
Son malos tiempos para los
superhéroes, sin duda.
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