Primero fue la herida en la mano.
La vi de pronto. Ni siquiera sentí dolor, mas de improviso noté la sangre en mi
palma. Una herida pequeña, un simple rasponazo.
Me la curé y me olvidé del asunto.
A medie tarde, fue en el pie. Me
dolía y al quitarme el zapato pude apreciar la llaga. Supuraba y olía mal, a
podrido.
Me asusté. Quise llamar a Urgencias
pero algo me lo impidió. Algo que empezaba a sentir en lo más profundo de mi
cuerpo.
En ese momento, noté que la herida
de la mano se había transformado en otra llaga supurante.
Una llaga tan grande, que, de
hecho, ya no tenía mano.
Y tenía más heridas, «pupas» como
diría un niño. Por todo el cuerpo.
Y han seguido saliendo más y más.
Ahora, ya es de noche, y voy a
salir. Mis compañeros me esperan. Los que son como yo.
Me reciben en la puerta con una
pancarta de bienvenida:
«WELLCOME,
NEW ZOMBIE», dice.
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