La nave
espacial Entrom-Hetida está detenida en el espacio. Una vez más, el ingeniero
Gram Dixim-Owurro ha de trabajar duro buscando la forma de reparar una avería.
Y tiene para rato.
—Hemos de quedarnos aquí
varios días —informó el capitán Waleo a todos los tripulantes—. Así que ya
pueden buscar la forma de pasar el rato sin salir afuera.
Él mismo lo tenía fácil, así
que se retiró a su camarote a gozar de una simulación erótica cortesía de
Lisandra, la computadora.
Al mando se quedó el oficial
Keito Nimoda.
Un tímido teniente, el
reptiliano Nicomedes Luxor, se acercó al puente cuando Nimoda intentaba echar
una cabezadita en el puesto, sin que se notara mucho.
—¡Eh, disculpe, señor!
Ni caso.
—¡SEÑOR! ¡CAPITÁN EN
FUNCIONES!
Nimoda sacudió la cabeza
ante semejante grito.
—No hace falta que glite, teniente.
—Disculpe, señor, pero me
pareció que estaba algo traspuesto.
—¡Yo nunca duelmo cuando estoy de gualdia!
—Como usted diga, señor
—¿Y qué se le oflece, teniente?
—Verá, señor, he observado
que hay cerca un grupo de asteroides muy interesante y solicito permiso para
explorarlos.
—¿Explolal-los usted solo?
—¡No, señor! Llevaría un
grupo conmigo.
—Cleo que eso debe autolizal-lo
el Capitán.
Al capitán Waleo no le hizo
mucha gracia que interrumpieran su simulación con esa solicitud. Pero no podía
quejarse.
—Teniente —dijo después
Nimoda—. El capitán autoliza la
expedición a los asteloides. Lleve la
lanzadela C, que tiene cañones de
misiles aguja.
Poco más
tarde, partía la lanzadera C, tripulada por el cabo Lormingo Kritowich y con el
propio teniente Luxor y un grupo de marines al mando del temible sargento Aeiou Máxavelwurroketú. También iba el
robot 8UM4N05, por recomendación expresa de Waleo.
El cabo Kritowich condujo la
pequeña nave de forma magistral hasta penetrar en el campo de asteroides.
Junto con su última
reparación, 8U había recibido algunas «mejoras», como por ejemplo un circuito
humorístico. El resultado fue que no se callaba, siempre andaba contando
chistes.
—Van dos flobinos por la
aeropista —dijo el robot— y el del medio revienta.
—¿Por qué no te callas?
—replicó el soldado Gaspakiwi Himoto—. ¡Me tienes hasta la coronilla con tus
chistes malos!
—No se puede callar —objetó
otro soldado, Rambo Tedexo
Zeko—. Pero déjalo, a ver si revienta.
—La inteligencia de estos
marines no permite apreciar la belleza y calidad de mis chistes —contestó el
robot.
Ajenos a esa conversación,
el teniente Luxor observó un asteroide peculiar.
—Cabo, ¿ha visto ese
asteroide?
—¿El que tiene un túnel,
teniente?
—El mismo. Vamos a
explorarlo.
Y añadiendo por el micrófono
hacia el compartimiento de la tropa.
—Sargento, ¡que sus hombres
se preparen para batalla!
Lo de «hombres» era una
forma de hablar, pues muchos de ellos no eran humanos; ni hombres, por lo
tanto.
—Ya estamos preparados para
lo que sea, teniente.
Era un asteroide de gran
tamaño, casi un planeta enano. Y en la superficie mostraba un enorme orificio,
negro, oscuro. Invitador.
La pequeña nave se introdujo
en el interior de aquel orificio. Encendieron los potentes focos, que
alumbraron las paredes irregulares de un largo túnel.
—Siga hacia el interior,
cabo —ordenó el teniente.
En el compartimiento de
tropa, los marines observaban cómo avanzaban con rapidez las paredes del túnel.
—Me pregunto a dónde nos
llevará esto —observó el sargento.
—Se diría que está usted
asustado, sargento.
—¡Soldado Morinety!
¡Cállese! ¡Yo nunca estoy asustado!
En la
cabina, el teniente pensaba lo mismo, pero tuvo la precaución de callar.
De pronto, el cabo hizo
aterrizar la nave.
—Ya no sigue el túnel,
teniente —dijo—, puede verlo usted mismo.
Y así era. Aquel túnel
terminaba en una pequeña cueva.
El sargento salió con tres
de los marines, vestidos con sus trajes espaciales transparentes que dejaban
ver la camiseta roja reglamentaria.
De pronto, sintieron un
terremoto.
—¡Todo el mundo a la nave! —ordenó
el teniente.
Los marines corrieron al
interior de la nave, tropezando por lo intenso del terremoto.
—Parece que el terreno no es
estable —observó 8UM4N05.
—¿Están
todos a bordo, sargento? —preguntó el cabo Kritowich.
—Afirmativo —respondió el
sargento.
—Despega
—ordenó el teniente.
La nave
se elevó y enfiló hacia el exterior del túnel. Pese a estar en el espacio, se
notaba cómo las paredes del túnel se movían por causa del terremoto.
O quizás
fuera al revés, comprendió de pronto el teniente. ¡Las paredes se movían y eso
causaba el terremoto!
—Parece
que la salida se cierra —dijo el robot—. Da la impresión de que estamos dentro
de la boca de un monstruo.
En
efecto, dos hileras de dientes parecían cerrarse en la salida del túnel.
—¡Usen
los misiles de aguja! —ordenó el teniente.
El
sargento se puso a cargo de las armas. Apuntó hacia la bóveda superior y lanzó
una andanada de misiles, afilados como enormes agujas que se clavaron en la
boca del monstruo.
Oyeron
un enorme rugido de dolor. Y la boca se abrió.
Salieron
y así pudieron ver al monstruo, que se retorcía de dolor.
—Es un
gusanoide asteroidal —informó 8U.
—Gracias
por el dato, robot.
—De
nada, teniente —contestó 8U—. Eso me recuerda el chiste de los dinomorfos que
estaban comiendo.
—¡Silencio,
robot!
Por un
momento, el teniente estuvo tentado de volver a la Entrom-Hetida. Pero aún
faltaban horas para que el ingeniero terminara su trabajo, la lanzadera tenía
combustible de sobra y todos estaban con ganas de seguir.
Dio la orden de seguir
explorando.
Por un par de horas,
recorrieron el campo de asteroides sin ver nada especial. No había ciudades, ni
colonos, tampoco gusanoides ni nada de nada.
Hasta que el robot señaló
algo.
—Aquel
asteroide parece adecuado, teniente —dijo.
—Cabo
dirija la nave hacia allí —ordenó el teniente.
El
asteroide indicado no era muy grande, pero tenía una superficie bastante llana.
La lanzadera aterrizó en el borde del campo.
Todos
los tripulantes salieron al exterior, menos el cabo y el robot.
—Vamos a
dividirnos en dos grupos —ordenó el teniente Luxor—. La mitad se va con el
sargento, los otros se vienen conmigo.
Mostró
un objeto que llevaba en las manos. Tenía forma esférica.
Era un
balón de fútbol de reglamento.
Minutos
más tarde, estaban jugando al fútbol en la superficie del asteroide.
El
soldado Luisiano Morinety demostró
ser el más preparado para el juego, cuando con un pase largo marcó el primer
gol en la portería defendida por el teniente.
—¡Estaba
fuera de juego! —se quejó.
—¡Venga
ya, teniente! ¿Consultamos con el árbitro? —respondió el sargento, capitán y
portero del otro equipo.
—No
tenemos árbitro —señaló el teniente—. Claro que podemos consultar con el BAR.
—Teniente —intervino el
soldado Rambo Tedexo Seko—. Lo del bar no es mala idea. Pero será en la nave,
ya de regreso.
—Para que lo sepa soldado,
BAR son las iniciales de Bonito Artefacto Raro, un sistema infalible para saber
si fue o no gol. Pero no lo tenemos en la nave. ¡Está bien! Admito el tanto.
Volvieron a seguir jugando.
Al poco, Rambo marcaba un gol para el equipo del teniente.
Éste celebró el empate con
saltos de júbilo.
—¡Toma, toma, toma!
Volvieron al juego. De nuevo
la pelota en el centro del campo.
Para el saque, el sargento
señaló a Morinety. Éste tomó carrerilla y dio tal patada que la pelota salió
lanzada al espacio.
—¡Por los wikis! —exclamó el
teniente—. Creo que alcanzó la velocidad de escape.
—Quiere decir que no volverá
al campo —explicó el sargento.
—¡Se acabó el partido! —ordenó
el teniente.
—¿Así, con un empate? ¿Sin
hacer el desempate?
—Sargento, ¿tiene usted otra
pelota? —preguntó el teniente—. Ya veo que no. Así pues, ¿cómo jugamos?
—Podríamos jugar a otra
cosa, teniente. Por ejemplo, al escondite.
—¡Olvídelo! Volvemos a la
lanzadera. Y luego, a la Entrom-Hetida.
Varios soldados soltaron una
exclamación de pena.
—¡Ya lo han oído! —dijo el
sargento—. ¡Todos a la nave!
Pocos minutos más tarde,
todos volvían al interior de la lanzadera. De inmediato, el robot 8U dio
detalles acerca de la trayectoria seguida por el balón. Al menos hasta que el
teniente le mandó callar.
Despegaron, pero no
volvieron a la Entrom-Hetida.
Más bien siguieron unos
cuantos minutos explorando los asteroides.
Encontraron un asteroide que
tenía un enorme cartel.
«NIO» decía en letras
negras.
—¡Es un asteroide rico en
selenio!—exclamó el teniente—. ¿No lo ven? Se lee «NIO».
—También tiene titanio —indico
el sargento—. Ese cartel, es con tinta «NIO».
—En todo caso, hemos
conseguido algo de lo que informar al capitán —observó el cabo.
Todos estuvieron de acuerdo.
Ahora sí que pusieron rumbo
a la Entrom-Hetida.
Ya de vuelta
a la nave, el teniente Luxor se entrevistó con el capitán para rendirle su
informe. Antes, supo que el ingeniero estaba a punto de terminar la reparación.
Partirían en pocos minutos.
—Así que un asteroide rico
en titanio o selenio, ¿no, teniente? También podría ser niobio, porque «NIO»
vio usted, ¿verdad?
—Es posible, señor.
—No importa, porque primero
me gustaría que me explicara qué fue lo que observó el navegante Jajá Jojó.
—Si fuera tan amable de dar
más detalles, señor.
—Era un objeto pequeño,
esférico, que procedía del campo de asteroides. Parecía un balón de fútbol. Iba
a gran velocidad y por un momento creímos que era un meteorito.
—Capitán, yo no sé nada de
eso.
—No me engañe, teniente
estuvieron ustedes jugando al fútbol, ¿verdad?
El teniente Luxor no
respondió, pero su cara lo dijo todo.
Enlace al capítulo 1